Cuando el presidente Joe Biden declara que la guerra de Rusia en Ucrania es un “genocidio”, no se trata simplemente de otra palabra fuerte.
El llamar “genocidio” a una campaña destinada a eliminar a un grupo específico no sólo incrementa la presión sobre un país para que actúe, sino que puede obligarle a hacerlo. Eso se debe en parte a un tratado sobre el genocidio aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial, firmado por Estados Unidos y más de 150 países.
La convención fue obra, entre otros, de un judío polaco cuya familia fue asesinada por la Alemania nazi y sus cómplices. Los promotores de la convención abogaron por algo que hiciera que el mundo no sólo condenara, sino que de hecho previniera y asegurara que en el futuro los genocidios no queden impunes.