

El Congreso de Viena de 1815, luego de la derrota de Napoleón, restauró el orden previo a la Revolución Francesa. Durante su desarrollo, el Canciller austríaco, Von Metternich, impulsó la consigna de “ni vencedores ni vencidos”, inaugurando un racional “multipolarismo”, con equilibrio de poder, que permitió garantizar una paz duradera entre la derrotada Francia y las restantes potencias de la época: Austria, Gran Bretaña, Rusia y Prusia. Paz que duró unos 100 años hasta la Primera Guerra Mundial, en la cual fueron derrotados el Imperio Otomano y Alemania, a la cual se le impusieron fuertes penalidades y restricciones, que terminaron no cumpliéndose por el ascenso político de Hitler al poder. Veinte años después empezó la Segunda Guerra Mundial, con 70 millones de muertos. Hasta Lord Keynes estuvo en total desacuerdo con el excesivo castigo y la humillación de Alemania, porque consideraba que atentaría con la reconstrucción de Europa y llevaría a otra guerra. La inteligencia estratégica y la búsqueda del Bien Común de aquellos líderes del 1800 contrasta, en sus resultados prácticos, con la soberbia de los del 1900, ya que finalmente, el principal beneficiado fue un país externo al área de conflicto, los EEUU.
La aplicación de estos razonamientos a la presente situación en Ucrania, nos permite reflexionar sobre las posiciones actuales: algunos apuestan a incrementar el conflicto, entregando (vendiendo) armas; otros intentan (sin lograrlo) la búsqueda de acuerdos básicos que permitan menores sufrimientos a los pueblos. El actual secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, ha declarado recientemente que el objetivo de la guerra en Ucrania es debilitar a Rusia; no la de proteger a Ucrania. Esto lo confirma abiertamente León Panetta, el ex Jefe de la CIA y ex Secretario de Defensa del demócrata Obama, expresando que se trata de una guerra proxy (conflicto que se ejecuta a través de terceros: Ucrania). La estrategia de EEUU y la OTAN (organización militar para la defensa de los intereses geopolíticos de EEUU, comandada siempre por un militar norteamericano) es que Rusia salga finalmente debilitada, para luego comenzar a escalar el conflicto con China, siguiendo las postulaciones del historiador y militar ateniense Tucídides, según las cuales, existe una tendencia natural hacia la guerra cuando una potencia dominante o hegemónica se ve desafiada por una potencia emergente o desafiante, y debe realizarse antes que ésta pueda crecer demasiado. Boris Johnson declaró que las sanciones contra Rusia proseguirán independientemente de lo que Rusia proponga ahora. Queda claro que no se trata de derrocar a Putin, sino de destruir a Rusia; una Rusia debilitada dejaría de terciar en el conflicto principal con China.
La posición europea mayoritaria es adherir a la geo-estrategia de EEUU, pese a que su producción industrial seguramente pierda competitividad. Europa ya no es el centro de gravedad del mundo como lo fue desde la revolución científica del siglo XVI hasta la revolución industrial del siglo XIX. El poder global principal sigue relacionado a EEUU (alentado y apoyado por Gran Bretaña). Su desafiante está en Asia, donde China se vuelve a auto-percibir, nuevamente, igual que hace varios siglos atrás, como el “centro del mundo”.
Pero hoy existen numerosos países que han aprendido la experiencia de las terribles guerras del siglo XX y han perdido su “inocencia”. Se sienten con suficiente fortaleza para maniobrar con independencia de las presiones de las grandes potencias. Está surgiendo, lo que he llamado una “cuarta posición internacional”, donde viven más de la mitad de la población mundial. Un ejemplo: EEUU presionó abiertamente a India para que no importe gas y petróleo ruso, pero fracasó rotundamente. Para India el motivo es simple: si es doblegada Rusia, ésta se convertirá en un socio menor de China. Cuanta más influencia ganase China sobre Rusia, menos favorable se vuelve la postura estratégica de India, tradicional rival de China, con conflictos armados en su frontera. A India le sigue conviniendo una Rusia fuerte. Por otro lado, la “obligada” salida de empresas occidentales de Rusia pone felices a numerosos empresarios chinos, indios, turcos y a otros, ya que les abren más fácilmente un mercado de 150 millones de habitantes. La multipolaridad es buena porque seguramente distribuirá mejor.
Todo esto repercute sobre la situación económica global, altamente compleja, fluida y que va a permanecer así largo tiempo. Sin poder definirla como una fuerte estanflación, la inflación y cierta disminución de la actividad económica global han llegado para quedarse un tiempo más. La economía de EEUU se contrajo en el 1er. T 2022; pese a ello, la Reserva Federal de EEUU, por la alta inflación, sigue aumentando la tasa de sus Bonos, lo que llevará a mayor recesión, golpeando las posibilidades electorales de los demócratas, con un Joe Biden en declive. También el crecimiento en Europa tiene previsiones a la baja. Ni hablar de Rusia (-8,5%) o Ucrania (-35%). La inflación promedio en los países más desarrollados, aumentará unos 2,5 puntos y se acercará al 5% anual (promedio).
En China, la política de COVID cero del presidente Xi Jinping, paralizando ciudades importantes, y la continua debilidad del sector inmobiliario, llevarán inevitablemente a una desaceleración económica. Las demás economías asiáticas son importadoras netas de energía y de otras commodities, alimentos y minerales, todas con precios más altos, que, sumado al aumento de las tasas de interés, provocarán un menor crecimiento. Pese a la mayor inflación, el consumo actual no decae tanto, porque todos están gastando los ahorros acumulados durante la pandemia. Pero pasado ese período, cuando los salarios reales bajen, el consumo disminuirá. Quienes más van a sufrir son las poblaciones vulnerables y los países de bajos ingresos o con grandes deudas. En todo el mundo la fragmentación parcial de las cadenas de suministros, por la alta sensibilidad geopolítica imperante, genera riesgos e incertidumbres, que determinarán conductas que aún no son tan visibles en superficie. Una Globalización restringida ya está en plena marcha.
Durante décadas los beneficios de la globalización irrestricta fueron aprovechadas por los grupos que manejaron los gobiernos y las grandes corporaciones. Basada en la “discutible” teoría de la eficiencia económica, los precios bajos permitieron la expansión del consumo global, pero a costa de generar grandes pérdidas entre los asalariados pertenecientes a sectores productivos eliminados de las cadenas de suministros y distribución, que formaron una gran masa de excluidos y una mayor desigualdad social. Desde la década de 1980 hasta el 2010, las corporaciones lograron que la fuerza laboral barata de Asia, China, India y los países del ex bloque soviético, limitaran a la baja los salarios del mundo desarrollado, controlando cualquier presión inflacionaria. Para poder competir con las importaciones, las empresas nacionales y las pymes tuvieron grandes retrocesos, disminuyendo su participación, el número de asalariados y sus salarios.
Ese proceso geoeconómico fue transformándose en un grave problema geopolítico, porque algunas naciones se sintieron defraudadas y perjudicadas por esa globalización financiera con ausencia de consideraciones sociales; como es el caso de EEUU, iniciándose un alejamiento del eficientismo económico hacia el logro de una mayor eficacia social (más trabajo y mejor remunerado para todos). Además, ahora la autocrática Rusia irrumpe en el tablero global con sus modos “pocos diplomáticos” y el proceso desglobalizador adquiere una mayor aceleración, porque la desconfianza mutua genera la necesidad de restructuraciones de empresas y de relocalizaciones productivas. Todo ello implica mayores costos de producción, limitaciones geográficas, menor intercambio de tecnología, mercados más cerrados y producirá, inevitablemente, una mayor inflación durante un indeterminado período de tiempo.
El proceso de globalización irrestricta ya estaba en declive por la geopolítica, la pandemia y por nuevos estándares laborales y ambientales, pero la actual situación de estancamiento e inflación no se hubiese acelerado tanto, si los canales diplomáticos hubiesen resuelto a tiempo el conflicto del Donbass. A las restricciones y sanciones económicas de Occidente le seguirán las equivalentes de parte de Rusia, que alimenta al mundo de muchos insumos estratégicos. Veremos cómo seguirían las reglas comerciales globales establecidas hasta la fecha. La resiliencia se ha convertido en una palabra muy popular; el “Just in time” fue reemplazado por hacer “Stock preventivo”, desencadenando el faltante de depósitos para almacenamiento. La tensión geopolítica es grande. Taiwan es uno de los productores más importantes de semiconductores de alta tecnología. Si hubiese un conflicto con China, la relocalización de su producción sería bastante problemática. Preventivamente, EEUU ya resolvió producirlos dentro de sus fronteras, con una inversión de 50.000 millones USD, aunque sus costos serán mucho mayores. Lo mismo estaría haciendo Europa.
Nadie puede ser naif en todo este conflicto global. Las inversiones chinas en varios países del mundo no son garantía de competencia y libertad de mercado. Cuando se encuentra en posiciones de poder, China suele ser bastante inflexible con los incumplimientos de contratos y poco respetuoso de los problemas ambientales o de los derechos de los trabajadores externos. Actúa como la misma arrogancia de toda gran potencia; no es que todo sea negativo, como algunos alegan, sino que la bondad de los proyectos con China, dependen fundamentalmente de la claridad de los proyectos nacionales de sus contrapartes.
En el plano de la I+D, muchos países de la “Cuarta Posición Internacional” estarían aumentando en forma acelerada su financiamiento para evitar dependencias aún mayores, pero muy focalizadas en los temas estratégicos, no en gastos generales, académicos o poco productivos. Las sanciones occidentales impuestas a Rusia son una señal de alarma que impulsará a muchos países a cerrarse más y a lograr mayor “autonomía estratégica”. El mundo por venir podría ser más resistente, aunque probablemente algo más pobre, menos innovador, más dividido y más propenso al conflicto. FFAA modernas y con sistemas de armas de nueva generación serán necesarias como un último seguro de la soberanía nacional. Claramente cualquier política nacional deberá estar muy enfocada en los intereses nacionales y en la defensa del Bien Común. Los líderes deberán concentrarse en ello y no deberían distraerse en absurdas consideraciones ideológicas o de cabotaje electoral.
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Source Perspectivas económicas globales