


Ayer Andrés Manuel López Obrador dio un paso más en su obsesión de llevar a México a ese pasado que añora gracias a varios Ministros de la Suprema Corte que fueron entusiastas en servirlo. Los enredos legales seguirán al no declararse inconstitucional una ley que claramente lo es. Los amparos y demandas serán una parte de la historia, pero la más importante es que un gobierno retrógrada quedó en evidencia ante el mundo.
El inquilino de Palacio Nacional se ha lucido en estos días en su demagogia. El pueblo habla por su boca y declaró una vez más que la ley es algo que se obedece o se viola dependiendo si es para el pueblo bueno o los conservadores malvados. La justicia es primero, y lo que es justo lo define el propio López Obrador. La frase de “no me vengan con que la ley es la ley” es una raya más que pinta al tigre autoritario.
México quedó evidenciado, de nuevo, como un país en el que no puede confiarse en los jueces, ni siquiera aquellos en el pináculo del Poder Judicial. Quedó reafirmado un gobierno apasionado por el estatismo, empecinado en recrear un pasado en que la Comisión Federal de Electricidad era amo y señor del mercado eléctrico. Porque el titular del Ejecutivo quiere electricidad estatal, aunque sea producida con toda la suciedad asociada del combustóleo. El que no se detiene en destruir la selva con tal de abrir paso a su elefante blanco, encuentra la sublime pureza de la soberanía en el azufre y el carbón.
México para los inversionistas extranjeros pasa a ser un territorio tan apestado como los combustibles fósiles que tanto ama el demagogo autoritario de Palacio. Las advertencias, cada vez más duras, por parte de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, fueron colocadas sin delicadeza en el bote de la basura. En los próximas días el tabasqueño se llenará la boca diciendo que preside una nación soberana y que no tiene por qué doblegarse ante intereses extranjeros. Ayer quizá vio, al contemplarse en algún espejo de Palacio, a una mezcla de Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos.
No se tratará solo de aquellos que hubiesen llegado a invertir en la generación o la distribución de la electricidad, sino de muchas empresas que no podrán estar seguras si contarán con la energía necesaria para aquello que buscan producir en la cantidad necesaria y a un precio competitivo. La tan soñada relocalización de cadenas productivas no puede construirse con eslabones rotos, menos con uno tan importante como la energía.
Pero López Obrador prima su muy anticuado concepto de soberanía por sobre inversiones, empleos y bienestar. No le importan esos inversionistas extranjeros que nunca llegarán a tierras mexicanas, o que se irán si pueden, o que plantearán costosos litigios internacionales alegando que se les cambiaron las reglas del juego con absoluta arbitrariedad. Esto porque desprecia la inversión en ese terreno que considera sagrado para el Estado: la energía. Considera a esas empresas privadas unos chupasangre, corruptos que solo quieren aprovecharse de México, y que habían tenido como aliados a esos tecnócratas neoliberales que equipara con traidores a la patria. Si Lázaro Cárdenas se enfrentó a las subsidiarias de Standard Oil y Royal Dutch Shell, el de Macuspana tiene como su demonio personal a Iberdrola. En eso es parejo: ataca por igual a quienes en el pasado han sido los grandes socios y amigos de México: Estados Unidos y España.
Un retroceso brutal festejado por el demagogo del combustóleo
Source El demagogo del combustóleo