

El Homo sapiens es, al igual que el resto de los seres vivos, poco más que un conjunto de moléculas orgánicas ordenadas en el espacio y el tiempo. De entre todas ellas, si hay una que destaca por su mala prensa y su estigma de perdición, esa es el colesterol. Es la biomolécula proscrita, la apestada, la paria de la química orgánica. Todos han oído hablar de ella pero nadie la quiere de protagonista en su cuerpo.
Pero, ¿qué sabemos realmente de ella?
Pues lo primero –y, si me apuran, lo más importante– es que sin colesterol estaríamos muertos.
El colesterol y su importancia para la vida
El colesterol desempeña un papel decisivo en la ejecución de funciones vitales en el organismo. He aquí algunos ejemplos convincentes:
- Es un componente fundamental de las membranas celulares de los animales (las células vegetales tienen unas moléculas de función análoga llamadas sitoesterol y estigmaesterol). Actúa regulando la fluidez de estas membranas a modo de portero de discoteca, esto es, controlando el tú sí entras y el tú no al “fiestón” que hay en el citoplasma celular.
- Es la molécula a partir de la cual se sintetizan las hormonas sexuales. Sus estimados estrógenos y/o su valorada testosterona no son más que derivados de este lípido esteroide formado a partir del ciclopentanoperhidrofenantreno, esterano para los amigos. Sin el colesterol no seríamos más que seres asexuados en lo que a caracteres sexuales secundarios se refiere.
- El colesterol es también precursor del cortisol (hormona implicada en la subida de la glucemia) y de la aldosterona (hormona elevadora de la presión sanguínea). Hablando claramente: sin ellas tendríamos muy mermada la capacidad de reacción rápida ante una situación de peligro o estrés biológico.
- El colesterol es básico en el metabolismo del calcio al ser el precursor de la vitamina D (por eso esta vitamina se llama colecalciferol). Sin colesterol tendríamos un esqueleto claramente ineficaz y con una osteoporosis que nos fracturaría los huesos a la mínima presión.
- También el colesterol es el sustrato bioquímico para la formación de las sales biliares, sustancias que segrega nuestra vesícula biliar y nos permiten emulsionar las grasas que ingerimos.
- En zonas concretas de las membranas (especialmente de las membranas neuronales), y según estudios recientes, el colesterol (asociado con glucolípidos y esfingolípidos) formaría microdominios moleculares fuertemente impermeables e implicados en el rechazo a patógenos como bacterias o virus.
Entonces, ¿dónde está el problema?
Después de lo expuesto anteriormente, no se explica por qué nuestro médico tiene tanto interés en que bajemos la colesterolemia. Vamos a intentar aclararlo.
La forma que tiene el organismo de mover sustancias por nuestro cuerpo es a través de la sangre. Pero la sangre es un líquido acuoso y el colesterol es una molécula hidrófoba totalmente insoluble en medios hídricos. Para poder movilizarla nuestra fisiología recurre a un invento parecido a los bombones: las lipoproteínas.
Hablamos de macromoléculas cuyo relleno sería la parte hidrofóbica (colesterol y triglicéridos, fundamentalmente). La cobertura de chocolate la formarían proteínas y fosfolípidos con la parte hidrofílica orientada hacia fuera, lo que posibilita al bombón viajar a través del sistema circulatorio y al colesterol, en concreto, viajar subido en este tren. Pues bien, determinados tipos de lipoproteínas, cuando se elevan demasiado, corren serios riesgos de incrustarse en las paredes de nuestras arterias produciendo las temidas placas de ateroma. Dicho de otro modo, los trenes de colesterol estrellados nos atascan las cañerías.