

¿Una botella de plástico arrojada al mar en China, en Indonesia o en la India puede viajar miles de kilómetros y llegar hasta las islas Canarias? Ese escenario se vive en Alegranza, un paraíso natural que se ha convertido en un basurero global.
Situada más al norte que cualquiera de las demás islas de Canarias —dentro de la mayor reserva marina de Europa, el Parque Natural del Archipiélago Chinijo—, Alegranza es una isla clave para la supervivencia de varias aves protegidas como el águila pescadora, el paíño de pecho blanco, la pardela cenicienta o el halcón de Eleonora; una joya de 10 kilómetros cuadrados que se ve castigada por la plaga del plástico.
Un informe de una veintena de investigadores de Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda e Indonesia difundido en 2020 por “Science” estimaba en 23 millones de toneladas la cantidad de plástico que cada año reciben los océanos y advertía que probablemente esa cifra se va a duplicar en esta década y rebasará los 53 millones de toneladas en 2030, incluso teniendo en cuenta los ambiciosos planes anunciados por algunos países para reducir su uso.